Artículo publicado en la revista Buddhistdoor

En el horizonte, una línea delgada separa el cielo de la tierra de manera casi imperceptible. Lo mismo ocurre con la delgada separación entre el miedo y la esperanza. En los dos artículos anteriores me ocupé, por separado, del miedo y de la esperanza y planteaba aquello de que todos tenemos miedos y esperanzas. Y, sin dudas, encontramos muchas razones o argumentos para una y otra cosa. Algunas veces nos protegen de peligros y otras nos acercan al bienestar, pero ¿Qué hay de los miedos infundados y de las esperanzas desmedidas? El Dharma siempre nos alienta a madurar nuestro interior y a sentir que tomamos posesión de nosotros mismos y, en este caso, nos invita a explorar cómo con este movimiento pendular de miedo y esperanza producimos la infelicidad que podemos evitar.

El presente artículo cierra  esta serie desde una mirada amplia como son Los ocho dharmas mundanos, una enseñanza que nos pone al descubierto y nos muestra como se entremezclan el miedo, la esperanza, el yo, la competencia y la comparación. Como para no preguntarnos con cierta sorna: ¿Qué podría salir mal?

Recordemos qué señalan estas ocho situaciones vitales que nos envuelven a todos, lo reconozcamos o no:

Esperanza de ganancia y el miedo a la pérdida
La esperanza de placer y el miedo al displacer
La esperanza de renombre y el miedo al olvido/anonimato
La esperanza de alabanza y el miedo a la crítica/censura

En esta, aparentemente, sencilla lista se encuentra una gran enseñanza que nos lleva al problema principal, que no es tanto el miedo y la esperanza sino de dónde surgen. David Loy, nos da una muy buena pista al afirmar que «el que la vida nos parezca tan insatisfactoria, como un maldito problema tras otro, no es por accidente, pues la naturaleza intrínseca de una sensación o sentido de sí-mismo es sentirse permanentemente molesto por algo.» *

Por ejemplo, cuando nos sentimos bien, a gusto, nuestros pensamientos giran sobre el reconocimiento que obtenemos, aquello que hemos ganado o el placer que disfrutamos. Por el contrario, cuando nos sentimos incómodos, agraviados, irritables y hartos seguramente nuestros pensamientos y emociones van a girar alrededor del dolor de la pérdida, del frustrante displacer, del anonimato que nos envuelve, o de las críticas de las que somos blanco.

Si vemos cada situación desde el punto de vista del Dharma, debemos examinar la causa, no solo el resultado. El Buda enseñó que el ignorante solo mira el fruto o resultado y el sabio, en cambio, siempre mira la causa. Así, cuando la causa se ve claramente, la compasión y la sabiduría pueden derramarse sobre cualquier circunstancia sin impedimento y aprender de nosotros mismos. Esta es la perspectiva desde la cual necesitamos mirar las cosas, hacer amistad con las circunstancias y aprender de ellas.

La estrategia de la supervivencia

«En el drama de Ionesco, El rey se muere, el rey moribundo llama quejumbrosamente a los muertos (…) En lugar de ceder, en lugar de desistir, el rey moribundo se aferra compulsivamente a sí mismo. Ante la inminencia de la muerte se produce una hipertrofia patológica del yo. La estrategia de la supervivencia consiste en que todo cuanto existe debe hacerse yo (…) El rey reacciona con alucinaciones narcisistas a la muerte inminente. Le parece que la muerte es lo completamente distinto del yo, y para defenderse de ella agranda el yo hasta lo monstruoso. El yo lo cubre todo (…) El compulsivo aferramiento al mundo remite a las abrazaderas del yo. Aflojar estas abrazaderas del yo equivaldría a una forma de morir totalmente distinta de la forma en que mueren los ‘reyes’ (…) La angustia ante la muerte, experimentada como el final del yo, se torna en una ciega cólera contra todo lo que no es el yo»** De estos párrafos que cito, he obviado el texto mismo de la obra a la que se alude para quedarme solo con los comentarios de Byung-Chul Han porque, salvando las circunstancias dramáticas de un «yo» ante su muerte, encuentro similitudes cuando nuestro sentido del sí-mismo se siente amenazado por la pérdida o excitado por la ganancia: todo cuanto existe debe hacerse yo.

Una de las hermosas paredes pintadas por Badi Coloreando. Fuente: https://cooltourspain.com/modern-urban-art/

Imaginemos, ahora, una serie policial en Netflix en donde se ha sentado al «yo» en el banquillo de los acusados por todo lo que hace para sobrevivir. Después del alegato del fiscal, el párrafo anterior de Byung-Chul Han, hablará la otra parte, la defensa. Las cámaras enfocan al abogado defensor John Welwood que dice: «Según el budismo, la ignorancia es la raíz del sufrimiento. Pero, como dice el sabio hindú Sri Aurobindo, la ignorancia no es más que un conocimiento incompleto. En este sentido, el ego es una forma de conocimiento incompleto, un intento de conocernos a nosotros mismos como seres reales y capaces, en lugar de deficientes… criticar, por tanto, al ego es como castigar a un niño por no ser adulto. No deberíamos olvidar que nuestra personalidad constituye un estado provisional en el largo camino del desarrollo de la conciencia. En lugar, pues, de desdeñar al ego, resultaría mucho más provechoso verlo con ojos más compasivos y considerar que, en última instancia, hace las cosas lo mejor que puede». ***

La abundancia de la carencia

Una de las sensaciones, casi endémicas, de nuestra sociedad es la continua sensación de carencia. Esta sensación es perversamente estimulada por el marketing consumista, basándose en la comparación y en la competencia para hacernos creer que algo nos falta, que los demás lo tienen y por eso se les ve tan felices.

Así lo señalan también autores contemporáneos como Max Mason que, en su habitual narrativa vertiginosa y desenfadada, afirma: «Hoy en día, nuestra cultura se halla obsesivamente orientada a expectativas positivas, pero poco realistas: sé más feliz. Sé más sano. Sé el mejor, mejor que los demás. Sé más inteligente, más rápido, más rico, más sexi, más popular, más productivo, más envidiado y más admirado. Sé perfecto, maravilloso…» *** Una matriz inmejorable para el miedo de no tener algo y la esperanza de obtenerlo, y una vez obtenido, el miedo a perderlo o la esperanza de tener más aún.

Una de las peores consecuencias de esta cultura marcada, casi exclusivamente, por los tiempos productivos es que nos aleja de los tiempos afectivos personales y de los tiempos de cultura comunitaria. Se acaba viendo a los demás como «depredadores» de los que hay que defenderse, algo nos pueden quitar, o con los que hay que competir, algo les podemos arrebatar.

Lo que señalan los ocho dharmas mundanos es muy serio, no es un problema menor en el patio de un colegio. En la educación están presentes en los sistemas de calificación y en la obtención de becas, por ejemplo. En la investigación científica cuando hay que publicar en revistas de prestigio, en el abuso de los becarios en universidades y trabajos, y hasta en las comunidades budistas cuando se sacan cuentas de cuanto tiempo le ha dedicado un gran maestro a un discípulo; y no me extrañaría, ahora que somos tantos los que publicamos artículos y enseñanzas, que nos fijáramos en followers y likes.

La Luz de la Esperanza. Mural Cantón de Anorbin, Vitoria, Fuente: https://www.flickr.com

De la sombra nace la luz

«Pero eso que generalmente se llama bello no es más que una sublimación de las realidades de la vida, y así fue como nuestros antepasados, obligados a residir, lo quisieran o no, en viviendas oscuras, descubrieron un día lo bello en el seno de la sombra y no tardaron en utilizar la sombra para obtener efectos estéticos» *****

Volvamos a nuestra imaginaria serie en «Netflix». Es ya el último capítulo y se va a dictar sentencia por el jurado. ¿Que quiénes lo componen? Lo integran la sabiduría y la compasión. Dictan una sentencia justa que beneficiará a todos.

El gran trabajo ante las pulsiones del miedo y la esperanza es intentar una y otra vez una relación nueva y fresca con las cosas. Es posible, cada situación es única,  por muy familiar que nos resulte, por muy acostumbrados que estemos a ella. Cientos de veces hemos visto asomarse el sol y esconderse la luna, por lo que todo nos resulta conocido, pero en realidad cada vez es única y novedosa, todo ha cambiado, el sol, la luna y nosotros, por muy “conocido” que nos resulte todo. Por ello nos dicen las enseñanzas de Lodjong, el entrenamiento de la mente: «Descansa en la naturaleza de todas las cosas, la base que lo sustenta todo». Lo que nos dice la máxima es: permanece despierto y receptivo, deja que las cosas vengan a ti, en vez de ir hacia las cosas, porque en ese habitualmente «vamos» hacia las cosas desde una insatisfacción básica que pretende retener, solidificar todo lo que nos gusta, evadir, desconocer o rechazar lo que no, o permanecer en el punto medio y opaco de la indecisión.

Hacia esa acogida sin elección, por esto es acogida, apunta la meditación en sus enseñanzas más profundas, como también los estudios de las escuelas filosóficas. Aprender a sostenernos en una espaciosa apertura sabia y compasiva. En estos espacios el «yo» es relevado de elegir, no es necesario. No se habita la parcialidad del yo que sí necesita elegir, sino que se habita una dimensión indivisa que contiene tanto al que elije como a lo elegido a salvo del miedo y la esperanza.

Me apoyo en esta cita de Javier Melloni «Hay un tiempo para elegir y otro para soltar todo intento de elegir. Son dos estados de consciencia que se corresponden con dos niveles de la realidad: el plano de lo relativo, en el que hay que tomar decisiones concretas porque nos va la vida en ello y donde hay que cultivar las actitudes y los criterios para hacerlo adecuadamente; y el plano de lo absoluto” ******

Permanezcamos atentos para no rellenar ese espacio de lúcida sabiduría rápida y mecánicamente con algo. Si lo hacemos, tendremos una sensación de estar conquistando el mundo cuando en realidad hemos sido conquistados por cuanta baratija hay en el mundo. Las distracciones rellenan ese vacío con las esperanzas de ganancia y los miedos a la pérdida, al placer y al displacer, al renombre y al anonimato o a la alabanza y a la crítica.

A modo de despedida:

Nuestro miedo más profundo no es a no estar a la altura.
Nuestro miedo más profundo es ser poderosos más allá de todo límite.
Es nuestra propia luz, y no nuestra oscuridad, lo que nos aterra.
Nos preguntamos: ¿quién soy yo para ser brillante, radiante, talentoso y maravilloso?
La pregunta es: ¿quién eres tú para no serlo?
Encogerse, vivir empequeñecido, no es hacerle ningún favor al mundo.
La inspiración no es encogerse para evitar crear inseguridad en los demás.
No se encuentra solo en algunos elegidos, está en cada uno de nosotros.
Y, a medida que dejamos brillar nuestra propia luz,
damos inconscientemente permiso a los demás para hacer lo mismo.
Liberándonos de nuestro propio miedo,
nuestra presencia libera automáticamente a los demás
Marianne Williamson recitado por Nelson Mandela en su investidura a la presidencia

Referencias:
* David Loy. Dinero, sexo, guerra y karma. Ideas para una revolución buddhista. Editorial Kairós, 2010)
** Byung-Chul Han, Muerte y alteridad (Spanish Edition) . Herder Editorial. Edición de Kindle.
*** John Welwood. Psicología del despertar. Budismo, psicoterapia y transformación personal. Editorial Kairós.
****Mark Mason. El sutil arte de que (casi todo) te importe una mierda (Harper Collins Ibérica S.A. Edición de Kindle, p. 7).
***** Junichirô Tanizaki, El elogio de la sombra: 1. Siruela. Edición de Kindle.
****** Javier Melloni, De aquí a Aquí, Editorial Kairós.

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Venerable Karma Tenpa es un monje budista, argentino, residente en España. En el año 2007, recibió de parte de S. E. Situ Rimpoche la ordenación de guelong (monje completamente ordenado).  Participa en la formación de voluntarios en el acompañamiento espiritual en el proceso de morir en la Fundación Metta Hospice https://fundacionmetta.org/ y, como voluntario, se suma a la actividad de la Asociación ACM112 dedicada al acompañamiento a personas sin familia en el proceso de morir. También gestiona el programa Creciendo en Nepal cuya actividad se centra en recaudar fondos para dos hogares de acogida para menores en Katmandú.