Este artículo fue publicado en la plataforma web Buddhistdoor http://espanol.buddhistdoor.net/
Este es el primer artículo, de tres, donde exploro por separado al miedo, luego a la esperanza y finalmente el juego pendular entre ambos.
Todos tenemos miedos y esperanzas, y encontramos muchas razones o argumentos para una y otra cosa. Puede que algunas veces nos protejan de peligros y otras nos acerquen al bienestar. Pero ¿qué hay de los miedos infundados y de las esperanzas desmedidas? El Dharma siempre nos alienta a madurar nuestro interior y a sentir que tomamos posesión de nosotros mismos y, en este caso, nos invita a explorar cómo con este movimiento pendular de miedo y esperanza producimos la infelicidad que podemos evitar.
André Kértesz. El límite de las sombras y el espacio del espíritu. Pinterest.
Cuatro parejas y dos caminos
Podría ser el título de una película romántica, con algo de drama y otro poco de aventura, pero no lo es, aunque hay un poco de todo ello en tan solo estos ocho sustantivos abstractos: ganancia, pérdida, placer, displacer, renombre, anonimato, alabanza, crítica, que agrupados en pares de opuestos y precedidos uno por la esperanza y el otro por el miedo dan como resultado una de las descripciones más representativas del pulso constante que agita nuestra vida creando una suerte de drama, con tintes de aventura, a veces, y mucha emocionalidad casi siempre.
La manera más sintética de referirse a estas enseñanzas es nombrarlas como miedo y esperanza y su formulación completa los designa como «Los ocho dharmas mundanos»
Esperanza de ganancia y el miedo a la pérdida
La esperanza de placer y el miedo al displacer
La esperanza de renombre y el miedo al olvido/anonimato
La esperanza de alabanza y el miedo a la crítica/censura
También sobre esto Baruch de Spinoza, uno de los principales filósofos del racionalismo, dijo en su Ética demostrada según el orden geométrico, obra publicada en 1677: «No hay esperanza que no esté mezclada con el miedo, ni miedo que no esté mezclado con la esperanza. La esperanza no es sino una alegría inconstante, surgida de la imagen de una cosa pretérita o futura, de cuya realización dudamos. El miedo es, también, una imagen inconstante, surgida también de una cosa dudosa».
Baruch de Spinoza (1632 –1677)
Bien sea el Dharma u otras voces, como la de este filósofo, han hablado del miedo y la esperanza, pero ¿qué podemos decir nosotros sobre ello?, ¿qué podemos aprender de nosotros mismos si comenzamos a descubrir nuestros miedos y nuestras esperanzas? desde los más obvios como la enfermedad y la muerte, por ejemplo, hasta esos otros tan bien camuflados de cotidianidad que no siempre distinguimos sus siluetas.
El tiempo productivo y el tiempo afectivo
Día tras días vemos moverse a las manecillas del reloj y estas nos dicen «es la hora de…» y sea lo que sea ese «es la hora de…» se convierte en la hora de producir, de hacer algo que acabe en el resultado esperado. De alguna manera, y no siempre consciente, sea en lo colectivo como en lo individual, solemos movemos en una suerte de modo productivo, en la maximización del rendimiento con el menor de los costes. Un modo que se fija más en el producto y la forma que en el complejo proceso creativo del contenido, más en el resultado que en las causas. Y no me limito solo a lo material, llevo esta idea a todos los ámbitos de nuestras vidas y a ese estrés social que infarta el alma humana.
El tiempo productivo lo envuelve todo y pocas veces optamos por el modo ser, el modo amar y compartir sin más, marcharnos de la «cadena productiva» a la «cadena afectiva» a la del espacio de perseguir o rechazar al amable espacio de estar y comunicar alcanzando un gratificante reposo. Así como las inquietas manecillas no se detienen en el presente, tampoco nosotros nos detenemos en él, más bien transitamos entre las subjetividades de lo que imaginamos puede ser el futuro y las subjetividades de lo que recordamos fueron nuestros presentes.
En las enseñanzas budistas se explora qué subyace en ese moverse constante en estos tiempos de la producción que, parafraseando a Emmanuel Carrère*son tiempos de agitaciones vanas y ambiciones frustradas que nos llevan a esforzarnos para que al menos resultemos interesantes ante nosotros mismos, aunque acabe en una suerte de sueño mal contado.
Toda nuestra vida se agita pendularmente entre dos extremos que parecen opuestos, el miedo a lo que consideramos amenazante, desagradable e incierto y la esperanza de una vida segura, confortable y previsible. Así que ¿cómo relacionarnos con todo lo que nos ocurre? ¿cómo integrar a las vicisitudes de la vida que nos hacen sentir, a veces, tan poco capaces y desvalidos? Y también ¿cómo integrar aquellos otros paisajes de la vida que nos hacen sentir tan seguros y eufóricos? ¿cómo encontrar ese punto medio entre el miedo y la esperanza?
Con la enseñanza sobre «Las ocho preocupaciones mundanas» comprobamos como nos movemos en el juego de la aceptación y del rechazo, del prestigio y del anonimato, del placer o del dolor, del obtener y del perder que condicionan todo lo que planeamos y hacemos, incluso nuestra práctica espiritual. Miedo y esperanza que nos llevan a una mentalidad de pobreza donde tendemos a definirnos por las carencias y apegarnos a esas definiciones, aunque sea un poco halagadoras o autodestructivas.
Nuestra lista
Si revisamos nuestra lista sobre lo que nos da miedo, más allá de perros peludos y feroces, o de siluetas amenazantes en calles tenebrosas ¿encontraríamos miedo, o audacia, a vernos a nosotros mismos de manera honrada y cruda? ¿Nos animaríamos a simplemente ver lo que hay? Por ejemplo, ¿tenemos miedo a sentirnos incapaces de enfrentar los desafíos del día a día entrando en los territorios conocidos del nerviosismo y la inquietud? ¿miraríamos nuestras aristas más indeseables? ¿tenemos miedo a ser reducidos al silencio y al olvido?
Un paso audaz es reconocer los miedos, sin ese reconocimiento no podría desplegarse la intrépida ternura de la bodhicitta, la audacia compasiva de la naturaleza búdica, que nos estremece por su fuerza, y sintiendo lo que sintamos no estamos particularmente mal por ello, nos reconocemos temerosos, sí, pero al mismo tiempo con recursos.
He seleccionado este breve párrafo de Chögyam Trungpa Rinpoché para plantear el tema de los obstáculos y de la audacia: «Uno de los obstáculos principales para la audacia son los modelos habituales que nos permiten engañarnos. De ordinario, no nos permitimos experimentarnos de forma plena. Es decir, tenemos miedo de enfrentarnos a nosotros mismos. Experimentar el núcleo íntimo de la propia existencia es algo que a muchos les resulta embarazoso». **
A veces el camino espiritual, así enunciado de manera tan vaga e imprecisa, es uno de esos obstáculos, el auto engaño como evasión espiritual. *** Y la audacia no es la del insensato que improvisa una bravuconada sino una audacia tierna que proviene de un fondo de bondad natural, que trasciende las nociones de bueno o malo como sinónimo de sabiduría. Hay mucho que afrontar y abandonar cuando veamos que la inercia del miedo y la esperanza nos lleva a dañarnos a nosotros mismos, parece que nos sintiéramos a gusto con los patrones dolorosos.
Es relevante señalar la coincidencia de los místicos de todos los tiempos y tradiciones que nos piden dejar lo que menos deseamos hacer, liberarnos, sin condenas, de la ilusión de un yo pequeño que se ama tanto a sí mismo que acaba detestándose.
Para ir al núcleo de este asunto y sin rodeos, el medio hábil de la meditación sentada se presenta, casi, como la única manera posible. Descubrir desde el centro mismo del miedo los argumentos que lo alimentan sin que esa observación se tiña de ellos. Ese estar básicamente despierto mira a uno mismo y va más allá de uno mismo, con una mirada honrada a la que luego se le suma la bondad.
* Emmanuel Carrère, EL reino. Traducción Jaime Zulaika, Editorial Anagrama, edición digital junio 2015.
** Chögyam Trungpa. Sonríe al miedo: Despierta tu valentía interior, Kairós. Edición de Kindle. Noviembre 2011.
*** Puede leerse el artículo “El traje a medida de la espiritualidad” en esta misma publicación.
Venerable Karma Tenpa es un monje budista, argentino, residente en España. En el año 2007, recibió de parte de S. E. Situ Rimpoche la ordenación de guelong (monje completamente ordenado). Participa en la formación de voluntarios en el acompañamiento espiritual en el proceso de morir en la Fundación Metta Hospice https://fundacionmetta.org/ y, como voluntario, se suma a la actividad de la Asociación ACM112 dedicada al acompañamiento a personas sin familia en el proceso de morir. También gestiona el programa Creciendo en Nepal cuya actividad se centra en recaudar fondos para dos hogares de acogida para menores en Katmandú.
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