Lo simple…
Que habitamos en una sociedad compleja no es novedad, que nosotros somos complejos tampoco lo es. Cuando esto es tema de conversación, entre suspiros aparece, como oposición, la idea de “una vida simple” y la nostalgia nos lleva a un pasado que idealizamos como idílico. Pueblos, aldeas, lo urbano y lo rural creemos que en el pasado han sido mejores.
Pero ni el pasado, ni la vida rural, han sido tan idílicos, de hecho la calidad de vida es notablemente mejor en estos tiempos. Sostienen esta aseveración, la de un presente mejor, tantísimas estadísticas. Sin duda que la experiencia de vivir es mucho más que un dato estadístico y que estos índices notables no se extienden uniformemente. No se desconocen las dificultades, pesares y limitaciones de mucha gente. Ni tampoco que aquellos ámbitos propician una vida donde el “tiempo nos habita a nosotros” y no se escurre anónimamente como lo hace en los relojes de las grandes urbes.
Lo que quiero señalar es que hay una simplicidad que está más al alcance, que se puede explorar, descubrir los impulsos que se oponen y trabajar con uno mismo en ambos sentidos, afianzando esa simplicidad y desmontando la complejidad.
Pero lo simple suele entenderse como carencia, pobreza y hasta indefensión. Pero por el contrario esta simplicidad a la que me refiero es abundancia, riqueza y valor. En una mente simple abunda la riqueza de sus recursos inherentes como el discernimiento, la creativa adaptabilidad, la resiliencia. El valor para permanecer con lo que sucede y de la manera en que sucede, desde la presencia y la compasión. De allí moderando la reactividad surgen respuestas, a los desafíos vitales. Podría decirse crecer y despertar. Así comenzamos a apreciar la simplicidad y la precisión en nuestras vidas.
La práctica de la simplicidad y la precisión, que se cultiva en la meditación genera una brecha o intervalo para que las cosas puedan ser observadas en verdad, como son. Este es el comienzo de la práctica de la meditación, abrir un camino que lleva más allá del ajetreo del pensamiento discursivo. El próximo paso consiste en cultivar nuestras emociones.
Los pensamientos, las emociones y los estados de ánimo expresan nuestras actitudes básicas hacia el mundo y nuestra manera de relacionarnos con él, y así construyen un “ambiente” en el que vivimos.
Trabajando con presencia, apertura y calidez podemos comenzar a ver las situaciones de una manera más panorámica. Podemos tomar conciencia no solo de los detalles precisos de una actividad, sino también de la situación en su totalidad. Incluir la conciencia del espaci en la cual se da la precisión. Desde lo simple se observa a lo complejo.
Lo simple lleva a lo simple…simplemente estando sentados en la práctica formal de meditar, sin nada que resolver, sin nada que hacer, simplemente se es, sin más.
Cuando “conjugamos” el presente con el verbo ser, en vez del habitual hacer se despliega una conciencia panorámica en lugar de la obsesiva fijación en los detalles. Se desenreda la telaraña de las proyecciones mentales y se descubre que no hay necesidad de luchar contra ellas. Conocemos como se configuran nuestras fantasías, amenazas o esperanzas, en vez de dejarnos atrapar por ellas. Esta comprensión es uno de los mejores regalos que obtenemos cuando nos sentamos para estar absolutamente disponibles para uno mismo, sin rodeos ni florituras.
Cuando tenemos los primeros atisbos de esta simpleza, calma y lúcida, podemos descansar de nosotros mismo porque percibimos que ya no tenemos que mantener una compulsión neurótica que recrea rumiando una y otra vez el conflicto limitando nuevas opciones de crecimiento. Así, entonces, se expresa la sabiduría de la simpleza
Podemos ser abiertos y generosos y ver que hay otra manera de tratar con nuestras proyecciones. Con esto se entra en el sendero abierto de la presencia y la compasión.
Durante la meditación, habiendo recibido las instrucciones de alguien cualificado y practicando con amable disciplina, la atención misma descansa en un espacio vasto entre el que observa, “yo”, y los objetos, lo observado. Con el tiempo esto permea en la vida cotidiana, siendo conscientes del espacio que contiene tanto a uno como a las situaciones. Y cualquier cosa que suceda lo hace en ese espacio. Nada sucede en un «aquí» o un «allá», en el sentido de oposición o batalla.
No le imponemos a la experiencia nuestras ideas, nombres o categorías preconcebidos, sino que sentimos la cualidad de la simpleza en todas las situaciones. De esta manera, nuestra conciencia se hace muy precisa y abarcante.
Esta simpleza se fortalece con el sendero de la virtud. Una promoción y desarrollo casi siempre ausente en estos tiempos de “quick meditation”, de meditación rápida, libre de alérgenos, conservantes y gluten, aunque puede contener trazas de frutos secos.
Un sendero que consiste en seis actividades trascendentales: generosidad, disciplina, paciencia, ética, meditación y conocimientos trascendentales. Tema de un próximo artículo…