Hablar de la muerte es hablar de la vida y hablar de la vida es hablar de la muerte. Hay un diálogo constante entre ambas, están íntimamente ligadas y ambas nos cuestionan, nos interrogan, nos acorralan, nos preguntan y también nos responden.
Aunque hoy en día, fundamentalmente a los ojos de nuestra sociedad occidental, la muerte ha perdido naturalidad y la consecuente presencia, cuanto mucho es una reflexión personal, pocas veces es un tema de conversación entre pares y socialmente la negamos
A la muerte se la ha desterrado del mundo de las cosas familiares, no sin consecuencias. La muerte, hoy en día, es un tabú, tan inconfesable como inaceptable, tan impensable como insensata.
Ahora bien, como una matización es justo decir que hay algo básico que comprender, en parte desconocemos la muerte porque tenerla presente de manera constante se tornaría algo imposible de sobrellevar. La ausencia de la idea de la muerte es como una especie de medida de seguridad.
Inconscientemente confiamos en que tendremos la suerte de no morir. Parafraseando a Aristóteles “ la suerte es esa cosa que llega cuando la flecha alcanza la persona que está a tu lado”. Esto nos resulta funcional y adaptativo.
En el fondo del corazón, uno no siente que va a morir pero sí los demás, y se compadece de ellos. Freud, como explicación posible, decía que el inconsciente no conoce el tiempo o la muerte. En sus recovecos orgánicos y psico químicos internos el ser humano se siente inmortal.
En general, hoy se piensa que una buena muerte es una muerte desapercibida, a la mayoría le gustaría morir de repente, de un infarto, o durante el sueño, Deseando así, inocentemente, evitar el sufrimiento, la decadencia, la agonía o la angustia frente a lo desconocido de la muerte.
A la muerte se la percibe como una agresión incompatible con la vida. En la mayor parte de los ámbitos médicos, es casi una herida narcisista.
Leyendo a Marie de Hennezel, Jean-Ives Leloup, El arte de morir
La muerte no es un fracaso, forma parte de la vida. es un acontecimiento que debe vivirse. una realidad vigorosa, decía Teilhard de Chardin. Una realidad que nos despierta, que nos obliga a tomar conciencia de nuestros valores más profundos, una realidad que nos invita a crear, a pensar, a buscar un sentido.
El tiempo de morir tiene un valor. Debe por lo tanto ser respetado, pues tiene un sentido aunque ese sentido se nos escape. Es el tiempo de los últimos intercambios de vida, el tiempo de cerrar el círculo, el tiempo de prepararse para pasar a esa otra vida, sea cual sea la representación que de ella se tenga, y aunque esa otra vida siga siendo un completo misterio.
Acompañar ese tiempo exige de todos situarnos ante lo ineluctable, lo inevitable que es la muerte. Eso implica reconocer los límites humanos. Sea cual sea el amor que se siente por alguien, no es posible impedir que muera, si este es tu destino. Tampoco es posible impedir ciertos sufrimiento afectivo y espiritual que forman parte del proceso de morir de cada cual. Solo es posible impedir que esa parte de sufrimiento se viva en la soledad del abandono, se le puede rodear de humanidad[1]
Esta exclusión favorece una espesa niebla emocional que nos aísla a los unos de los otros. Pero poco a poco se van haciendo evidentes las consecuencias de esta negación de la muerte, va cobrando cuerpo la idea que “la negación de la muerte se venga con la negación de la vida” [2]
Está asomando un movimiento de reconquistar la presencia de la muerte y esto nos devuelve a la vida en su plenitud.
A cada uno nos corresponde reconocer la responsabilidad de nuestra existencia, y esa responsabilidad nos lleva a diferenciar lo urgente, lo cotidiano y lo práctico, de lo prioritario, lo trascendental y lo auténticamente vital. Preguntarnos ¿Qué es prioritario para mí?, ¿Cómo quiero estar en el mundo? ¿Qué quiero sumar al mundo? ¿Conozco los pulsos profundos que hacen latir el corazón del mundo?
Propongo asumir tres tareas para encontrar esas respuestas
Vivir 3 tareas necesarias para un buen morir
- Comprender el sufrimiento para transformarlo
- Afianzar la presencia, la hospitalidad y el dejar ir
- Preguntarnos ¿sé todo de mí? Para encontrar una vida con sentido
Comprender el sufrimiento para transformarlo
Buda dijo que todo cuanto él enseñaba era sobre el sufrimiento y la cesación del sufrimiento.
Pero, ¿Qué entendemos por sufrimiento? Podemos hacer una distinción entre dolor y sufrimiento. El dolor, desde el físico hasta el emocional y vital surge por el mero hecho de vivir. Y el sufrimiento, dicho, en pocas palabras, nace por no saber, o resultarnos difícil, conectar e integrar lo que nos sucede por este complejo hecho de vivir.
Una vez más: la impermanencia es una gran maestra, nos muestra lo estéril del anhelo constante de imponer nuestras preferencias a la vida, retener, rechazar o desconocer. Es imprescindible acercarnos a la realidad de la impermanencia, que nos alienta a afrontar el proceso emocional de re interpretar el sentimiento primario del aferramiento a la vida.
En La negación de la muerte, Ernest Becker dice:
El ser humano se encuentra literalmente partido en dos: tiene conciencia de su propia y magnífica unicidad, en cuanto destaca la naturaleza con majestad catedralicia y, no obstante, volverá a la tierra cuando le entierran a unos pocos metros para corromperse sordo y mudo y desaparecer para siempre Se encuentra en un conflicto aterrador con el que tiene que convivir [3]
Para facilitar esa convivencia con este conflicto, y aprender de él, tenemos el extraordinario recurso del desarrollo espiritual.
Howard Gardner se refirió a la inteligencia espiritual como inteligencia existencial o trascendente y la definió como:
“la capacidad para situarse a sí mismo con respecto al cosmos, como la capacidad de situarse a sí mismo con respecto a los rasgos existenciales de la condición humana, como el significado de la vida, significado de la muerte y el destino final del mundo físico y psicológico, en profundas experiencia como el amor a otra persona o la inmersión en un trabajo de arte”
La inteligencia espiritual contempla la inteligencia emocional y la lógico-racional, y faculta para afrontar y trascender el sufrimiento y el dolor, y para dar valores; las habilidades para encontrar el significado y el sentido de nuestros actos” [4]
Desde nuestro nacimiento nos encontramos rodeados de situaciones y circunstancias complejas que no siempre hemos elegido. Tampoco somos muy conscientes de vivir rodeados de misterios e incertidumbres y cuando lo somos se nos hace urgente encontrar, para superar el desconcierto, la inquietud o el temor, algún horizonte que ilumine nuestra existencia.
- Afianzar la presencia, la hospitalidad y el dejar ir
Comprender y trabajar el sufrimiento emocional nos anima a soltar con delicadeza todas las cosas, absolutamente todas, que habremos de dejar.
Cuando comprendemos y experimentamos lo difícil que resulta aceptar tan solo una pequeña pérdida en nuestra vida, comprenderemos mejor las circunstancias en las que nos encontraremos, y en las que se encuentran los que tienen por delante la muerte. Cuando se está perdiendo todo y a todos en un mismo proceso.
Afianzar la presencia, la hospitalidad y el dejar ir nos permitirá destrabar y reencauzar la enorme inteligencia que subyace en el núcleo de todo conflicto, reconocer la coraza del carácter tras la cual nos protegemos, ese aspecto congelado de nuestro ser…por lo que resulta esencial aprender a cultivar la atención y la conciencia y traer a ella las contracciones donde estamos atrapados, descubrir los venenos que confunden y transcenderlos, transformarlos o limitarlos.
Afianzar la presencia, la hospitalidad y el dejar ir al experimentar miedos, angustias, desilusiones, frustraciones o dolor ante los avatares e imprevistos de la vida. Encontrar un auténtico recurso sucede cuando podemos permanecer presentes con las emociones con una actitud distinta, hospitalaria. Presencia y hospitalidad cobijan la conducta reactiva habitual de alternar entre ahogarse en las emociones o ignorarlas, favoreciendo el dejar ir: permitir que las cosas sean. Que las cosas sucedan, recibiendo lo que llega, despidiendo lo que se marcha.
Recordamos a los demás seres también afligidos por sufrimientos similares a los nuestros o aún peores y consideramos lo maravilloso que sería que pudiesen verse libres de todos sus sufrimientos. Así aprendemos a desarrollar el amor hacia aquellos que carecen de felicidad, bienestar, templanza, sobre todo seguridad en sí mismos.
Por ejemplo, al permitimos desplegar la sensación sentida que subyace en una determinada emoción, explorarnos y meditar nos ayuda a salir de los círculos viciosos emocionales.
La experiencia de permanecer con presencia y con hospitalidad, contiene un abanico mucho más amplio de significados y potenciales respuestas que el que nos proporciona la misma emoción.
Cuando, por ejemplo, uno se encuentra con la tristeza o la desazón, puede descubrir que está triste por no saber qué hacer con su vida, un descubrimiento que le lleva a salir de la frustración o desánimo y adentrarse más profundamente en el problema. O tal vez, bajo el enfado, podamos descubrir a necesidad de comunicar algo esencial que pueda liberamos de nuestro estancamiento en el enfado y dejarlo ir
Afianzar la presencia, la hospitalidad y el dejar ir permite que la mente clarifique nuestra relación con el problema en cuestión, al interrumpir la lógica de los guiones habituales. Esto nos permite entablar un nuevo tipo de relación con la situación problemática. En suma, disuelve los estancamientos de la corriente de la conciencia y permite que vuelva a fluir con más libertad.
Podemos decir que morimos miles de veces antes de morir, y con cada una de esas muertes menores aprenderemos la habilidad de dejar partir con delicadeza y amabilidad.
Un activo muy valioso que podemos ofrecernos, y ofrecer, es la confianza que dimana de haber encontrado un sentido a la vida, haber sanado nuestras relaciones con los demás y con nosotros mismos siendo capaces de “…aceptar todas las partes de nosotros y de estar abiertos a ellas, incluso interesados en ellas.
- Una vida con sentido: ¿sé todo de mí?
En muchos aspectos nacemos como un proyecto inacabado y a nosotros nos compete acabarlo ¿de qué manera queremos hacerlo?
Maurice Zundel en un texto notable titulado “La experiencia de la muerte”, recuerda que “la angustia frente a la muerte no es sino la angustia que experimenta el hombre frente a lo que no ha cumplido en su vida ¿Qué hacemos con nuestra vida? Nos buscamos pero también huimos de nosotros mismos, nos encontramos de forma intermitente, y no llegamos nunca a cerrar el círculo, a definirnos a nosotros mismos, a saber quiénes somos… No tenemos tiempo, la vida pasa tan rápido, estamos tan absorbidos por las preocupaciones materiales o por las diversiones… y finalmente llega la muerte, y frente a la muerte se toma conciencia que la vida podría haber sido algo inmenso, prodigioso, creativo. Pero es demasiado tarde… y la vida solo cobra relieve por el arrepentimiento inmenso de algo no cumplido. Entonces, habiendo sido la vida incompleta, la muerte aparece como un abismo”
¿Cómo sería la vida humana si no se conociera su límite? Se dice que la conciencia de ser mortal ayuda a vivir. Aceptar la muerte hace amar la vida de manera más profunda.
Se podría establecer aquí una relación con el Memento mori – Recuerda que vas a morir – de la regla benedictina. El hecho de frecuentar la muerte cada día, forma parte de lo que San Benito llama las herramientas para actuar bien. El Memento mori incita integrar en la vida diaria la conciencia de la muerte.
Ahora bien, la conciencia de la muerte cuestiona el sentido de la vida en la medida en que ilumina de manera diferente la vida misma, ya no estaría orientada solo hacía una meta, si no hacia un sentido.
Al otro lado del atlántico en la tradición amerindia, en la que cada quien intenta vivir como un guerrero, asumiendo el riesgo de vivir, se encuentra esta actitud que consiste en recurrir a la muerte como consejera.
Está representada como un pájaro invisible posado sobre el hombro izquierdo y que todas las mañanas pregunta ¿es para hoy?, ¿qué quieres realmente?, ¿estás en armonía, de acuerdo contigo mismo y los demás?.
No son solo las creencias religiosas las que acompañan el morir, la profundidad de una vida es, tal vez ,a la mejor compañía.
Una vida con sentido: ¿sé todo de mí?
Para encontrar sentido a nuestra vida, debemos querer sentirnos vivos, y esto significa ser plenamente conscientes de nuestra experiencia presente y aceptarla. Por el contrario, la mayoría nos pasamos la vida intentando vivir de acuerdo con los papeles y roles que nos imponen la relaciones o por la imagen que nos imponemos a nosotros mismos.
Reprimimos por tanto nuestros sentimientos naturales, al intentar acoplarnos esos moldes restrictivos…(que)vamos perdiendo gradualmente contacto con lo que somos y con lo que sentimos realmente.
Preocupados por no perder el control, juzgando con dureza nuestras emociones dolorosas, temiendo que si parecemos vulnerable, los demás nos perderán el respeto. No sabemos ni por dónde empezar a aceptar esas partes desconocidas de nosotros mismos de las que ahora tomamos conciencia.
Una vida con sentido: ¿sé todo de mí?
Encontrarle un sentido a la vida también es entablar una relación auténtica y un diálogo creativo con los demás. Tenemos que asumir el riesgo de abrirnos y mostrarnos como somos, aunque solo sea ante una persona, para establecer con ella una comunicación auténtica y sincera. Al establecer ese compromiso de un verdadero diálogo, tenemos que estar dispuestos, además, a escuchar y aceptar a la otra persona y a la totalidad de su experiencia.
Para sentir que nuestra vida tiene sentido, debemos romper con esas viejas protecciones, estar abiertos a experimentar los auténticos sentimientos, sean los que fueran, y aceptarnos con comprensión y compasión. No superaremos el miedo, las resistencias, los enojos y, no haremos un duelo ante las pérdidas, mientras no nos sintamos seguros con nosotros mismos.
Y para sentirnos seguros necesitamos saber que aunque bajemos nuestras defensas, seremos aceptados tal como somos, independientemente de las dolorosas emociones que pueden manifestarse. Necesitamos confiar en que, al margen de lo que surja, podremos comportarnos de forma natural y arriesgarnos a ser tal como somos.[5]
Conclusión: Vivir 3 tareas necesarias para un buen morir nos ayudará a revertir el temor que “ más que de morir, el hombre tiene miedo de vivir.
[1] Marie de Hennezel, Jean-Ives Leloup, El arte de morir, Helios
[2] Damien Le Guay, 2003
[3] La negación de la muerte, Ernest Becker, Kairós, Barcelona, 2000
[4] Inteligencia emocional, Francesc Torralba, Plataforma editorial, 2010
[5] Para morir en paz, Christine Longkar, Rigden Institut Gestalt