
““El sosiego es la conversación entre lo que nos gusta hacer, cómo nos gusta estar y, en realidad, cómo estamos”.
David Whyte
Podemos mantener una presencia valiente mientras nos abrimos al miedo, al desconcierto, la decepción o el enojo si estamos dispuestos a experimentarlos plenamente, aprender de ellos y permitir que nos transformen. Todo puede ser como un catalizador, como una puerta a la presencia compasiva y un camino a la transformación.
Adoptar la agitación como maestra y aprender a trabajar eficazmente con ella puede llevarnos a cierto grado de libertad interior. Vemos pronto que vivir agitados significa que tenemos poca confianza en nosotros mismos y que, como resultado, adoptamos metafóricamente una armadura física: tensión, entumecimiento del cuerpo y endurecimiento de nuestras defensas. Esto nos aleja del miedo, pero también rigidiza nuestra mente, la confunde y cierra nuestro corazón.
Para conocer nuestros temores y transformarlos necesitamos visitarnos con una presencia valiente que reconoce que el temor es el lado de la consciencia que se contrae, mientras que el amor representa su lado expansivo. ¿Podemos tratarnos con atención, tocando el sufrimiento y sus causas con una compasión profunda y cultivar una ecuanimidad amorosa que nos permita estar con él? De ser así, podemos hallar un lugar de reposo aun en medio de la agitación: la conciencia del corazón es ese lugar de reposo.
Sentirnos abrazados y sostenidos por un entorno afectivo nos permite que nuestro temor, dolor y demás emerjan, sean acogidos con gentileza y sostenidos desde una presencia hospitalaria para que puedan ser sanados o al menos calmados. Sentimos el apoyo y valor que necesitamos para ir más allá de nuestras previas creencias limitantes, acercándonos con dignidad a toda situación aparentemente intolerable, como nuestra muerte.
Afianzar la presencia, la hospitalidad y el dejar ir
Comprender y trabajar el sufrimiento emocional nos anima a estar con delicadeza todas las cosas, absolutamente todas, que habremos de dejar. Cuando comprendemos y experimentamos lo difícil que resulta aceptar tan solo una pequeña pérdida en nuestra vida, comprenderemos mejor las circunstancias en las que nos encontraremos y en las que se encuentran los que tienen por delante la muerte cuando se está perdiendo todo y a todos en un mismo proceso.
Afianzar la presencia, la hospitalidad y el dejar ir nos permitirá destrabar y reencauzar la enorme inteligencia que subyace en el núcleo de todo conflicto, reconocer la coraza del carácter tras la cual nos protegemos, ese aspecto congelado de nuestro ser, por lo que resulta esencial aprender a cultivar la atención y la conciencia para traer a ella las contracciones donde estamos atrapados, descubrir lo que nos confunde, transcenderlos, transformarlos o, cuanto menos, limitarlos. Afianzar la presencia, la hospitalidad y el dejar ir al experimentar miedos, angustias, desilusiones, frustraciones o dolor ante los avatares e imprevistos de la vida.
Recordamos a los demás seres también afligidos por sufrimientos similares a los nuestros o aún peores y consideramos lo maravilloso que sería que pudiesen verse libres de todos sus sufrimientos. Así aprendemos a desarrollar el amor hacia aquellos que carecen de felicidad, bienestar, templanza y sobre todo inseguridad en sí mismos.
Por ejemplo, al permitirnos desplegar la sensación sentida que subyace en una determinada emoción, explorarnos y meditar nos ayuda a salir de los círculos viciosos emocionales. La experiencia de permanecer con presencia y con hospitalidad, contiene un abanico mucho más amplio de significados y potenciales respuestas que el que nos proporciona la misma emoción.

Reconectando con nosotros mismos desde la confianza y la aceptación
Cuando, por ejemplo, uno se encuentra con la tristeza o la desazón, puede descubrir que está triste por no saber qué hacer con su vida, un descubrimiento que le lleva a salir de la frustración o desánimo y adentrarse más profundamente en el problema. O tal vez, bajo el enfado, podamos descubrir la necesidad de comunicar algo esencial que pueda liberarnos de nuestro estancamiento en el enfado y dejarlo ir.
Podemos decir que morimos miles de veces antes de morir y con cada una de esas muertes menores aprendemos la habilidad de dejar partir con delicadeza y amabilidad. Afianzar la presencia, la hospitalidad y el dejar ir permite que la mente clarifique nuestra relación con el problema en cuestión al interrumpir la lógica de los guiones habituales. Esto nos permite entablar un nuevo tipo de relación con la situación problemática. En suma, disuelve los estancamientos de la corriente de la conciencia y permite que vuelva a fluir con más libertad.
Un activo muy valioso que podemos ofrecernos, y ofrecer, es la confianza que dimana de haber encontrado un sentido a la vida, haber sanado nuestras relaciones con los demás y con nosotros mismos, siendo capaces de aceptar todas las partes de nosotros y de estar abiertos a ellas, incluso interesados en ellas.
Karma Tenpa