La compasión y la auto compasión, afortunadamente, se están haciendo cada vez más visibles en nuestra sociedad. Las encontramos en una gran variedad de libros, cursos, conferencias y talleres. Están presente en todas las redes sociales y también en distintos ámbitos. Por ejemplo, en el sistema sanitario, el educativo, el llamado tercer sector e incluso el empresarial. Aunque este último merece un comentario aparte. Es sin duda una muy buena noticia y hay que seguir trabajando en ello. Todos nosotros y el planeta en su totalidad lo necesitan.
S.S. Dalai Lama ha tenido, y tiene, un rol protagónico a través de la difusión constante de la compasión como el bien más relevante y de mayor beneficio para la humanidad. Otro importantísimo factor que ha contribuido, y mucho, es el amplio espectro de profesionales de las ciencias contemporáneas que se han dedicado por muchos años a la investigación de los mecanismos cerebrales que intervienen durante el pensamiento empático y compasivo, de los beneficios que aporta el entrenamiento en compasión y al desarrollo de diversos y completos programas de aprendizaje y práctica meditativa, reflexiva, lúdica, etc.
En un imaginado movimiento pendular Intuyo que se está por alcanzar el punto opuesto al anonimato social en el que estuvo escondida la compasión como elemento de estudio y práctica. Aunque es justo resaltar que la sociedad en muchos casos, o los individuos en tantos más, dieron muestras de una solidaria compasión de forma espontánea. El impulso actual ojalá nos lleve de lo extraordinario y puntual a lo cotidiano y universal.
Definamos compasión
Thubten Jinpa en su libro Anatomía del corazón: Compasión budista para transformar tu vida, dice “…a grandes rasgos, la compasión, es un sentido de preocupación y cuidado que surge cuando nos vemos enfrentados al sufrimiento de otros y nos sentimos motivados a paliar ese sufrimiento” y agrega “En su núcleo, la compasión es una respuesta a la inevitable realidad de nuestra condición humana, nuestra experiencia del dolor y la pena. La compasión ofrece la posibilidad de responder al sufrimiento con comprensión, paciencia y amabilidad más que con, digamos, miedo y repulsión. De esta manera, la compasión nos permite abrirnos a la realidad del sufrimiento y buscar su alivio. La compasión es lo que conecta nuestro sentido de la empatía con actos de bondad, generosidad y otras expresiones de nuestras tendencias altruistas. Cuando la compasión surge en nosotros frente a la necesidad o el sufrimiento, tres cosas suceden casi instantáneamente: percibimos el sufrimiento o la necesidad del otro; nos conectamos emocionalmente a esa necesidad o sufrimiento; y respondemos instintivamente al desear alivio para esa situación. La compasión puede conducir a la acción; es una disposición inmediata para ayudar o querer hacer algo en cuanto a la situación de alguien más. Hoy en día los científicos empiezan a rastrear las bases neurobiológicas de la compasión y a explorar sus profundas raíces evolutivas”
En los últimos años la compasión hacia uno mismo ha ganado, también, una merecida presencia. La referencia inmediata al tratar este tema es la psicóloga Kristin Neff, autora de Sé amable contigo mismo. Junto a Christopher Germer, otra cita ineludible, han desarrollado el elaborado programa un entrenamiento en atención plena y compasión, MSC, por sus siglas en inglés. (Mindful self compassion)
Compasión hacia uno mismo
“El capullo
simboliza todas las cosas,
incluso aquellas que no florecen,
pues todo florece por dentro, por su propia gracia.
Aunque es necesario
volver a enseñar a una cosa su encanto,
poner una mano en la cresta
de la flor
y tornar a explicarle con palabras y el tacto,
que es encantadora,
para que florezca de nuevo, por dentro, por su propia gracia.”
Esta mirada tierna y responsable hacia uno mismo siempre ha estado presente en el budismo. Tal vez con una silueta más difusa que la presencia nítida del sufrimiento de los otros. Los Cuatro pensamientos inconmensurables, o Las cuatro moradas celestiales (o Brama-viharas, así llamados en las tradiciones más antiguas, seguidoras del Canon pali) enuncian el anhelo de que todos los seres encuentren la felicidad y de que todos los seres se alejen del sufrimiento. Ese todos, obviamente, es incluyente sin limitaciones. Apela a una universalidad libre de toda preferencia personal y, aunque no debiera ser necesario lo resalto, incluye a uno mismo, todos es todos. Pero creo que como una inercia de descuido personal, o un forzado “heroísmo” espiritual, el practicante cuando enuncia y practica estos cuatros pensamientos se excluye.
El poema de más arriba, desconozco la autoría, describe bellamente una cualidad de la compasión: “volver a enseñar a una cosa su encanto”. El encanto de confiar en las cualidades propias que como un profundo legado humano todos hemos heredado.
También es verdad que la compasión hacia uno mismo debe descansar en una lúcida inteligencia para que ese pulso de auto cuidado no se deslice hacia la auto complacencia. El orgullo, la vanidad o la auto indulgencia no son, precisamente, el encanto de nadie.
¿Qué elementos pueden integrar la compasión hacia uno mismo? A mi criterio uno de ellos y de importancia crucial, es analizar las causas del sufrimiento. ¿Sería esto una auto compasión preventiva? Estoy convencido que sí.
Por lo tanto ¿hemos dilucidado todas las causas que originan nuestro dolor? ¿Este dolor es siempre infringido por los demás, las causas son solo externas? o ¿en alguna medida nosotros mismos somos una de las causas de ese dolor? Dicho de una manera muy llana, ¿solo basta echarle la culpa al fuego cuando nos quemamos? ¿no tendremos que comenzar a prestar atención antes si la hornalla está encendida? ¿puede que una sobre identificación con el yo, sea una de esas causas?
El surgimiento del YO
De forma corriente nos experimentamos a nosotros mismos siendo yo. Y ese yo, es un constructo mental tal como afirman, coincidentemente, tanto el budismo como la psicología occidental,
El budismo reconoce un estado de consciencia más elevado que el yo, pero al mismo tiempo integra que esa estructura mental, el yo, es provisional y cumple una función sumamente útil para nuestro desarrollo y comunicación con el mundo. No hay barco que no necesite de un buen capitán para llegar a destino navegando tanto por aguas tranquilas como agitadas. Nosotros también necesitamos ese “capitán” que nos guie en los asuntos cotidianos y funcionales como en los emocionales y también, los trascendentales si fuera el caso. Pero ¿Y si acabáramos creyendo que solo somos ese “capitán”?
El budismo, sin duda, reconoce la necesidad de un yo sano que cuida tanto de sí como de los demás. También entiende que la salud de eso “yo” necesita desarrollar principios fundamentales como la paciencia, la ética, la generosidad, una diligente predisposición, una brillante y lúcida inteligencia y meditación.
Cuando las enseñanzas budistas se ocupan de las limitaciones, u obstáculos, a la expresión compasiva que proviene del fondo de bondad que nos anima, encuentra que la sobre identificación con este yo es sumamente problemática.
Tal como dice John Welwood en “Psicología del despertar “cuando esa construcción que es el YO conceptualizado se convierte en el control de las funciones y capacidades psíquicas, observar, controlar, gestionar, vincular”, etc., acabamos teniendo una visión muy parcial de nuestras experiencias y nos separamos de ese pulso íntimo y profundo.”
Entre el miedo y la esperanza
Casi todo el tiempo estamos en “modo yo”. La ciencia nos cuenta de que hay, al menos, tres sistemas de regulación emocional, que nos hacen estar en ese “modo yo”. Son sistemas heredados de nuestra evolución y que están presentes en nuestras vidas. De ello supe por las lecturas de Paul Gilbert, que los describe en extensión en Terapia basada en la compasión y en La mente compasiva.
El primero de esos sistemas, es el de Amenaza y defensa, que se enfoca hacia la seguridad, la lucha o la huida, y busca protección. El segundo sistema es el de Incentivos y búsqueda, se enfoca hacia las metas, superar desafíos y competir y, por último el tercer sistema es el de Calma y afiliación, dirigido al autocuidado, la calidez y la empatía. Todos estos sistemas de regulación emocional despiertan emociones y ponen en marcha, en el mejor de los casos, recursos propios para satisfacer estas demandas. Hay mucho más para decir en este sentido,
En el segundo de los libros citados más arriba, La mente compasiva, Paul Gilbert apunta:
“En este sentido del yo confluyen unas cuantas habilidades: la introspección, el conocimiento de los propios sentimientos y la capacidad de contemplar el yo como un ser que siente y existe (o no existe) en el futuro. Esas capacidades autoconscientes y autorreflexivas pueden tener un gran impacto sobre las emociones del «cerebro/mente antiguo». Es decir, acabo de empezar a acostumbrarme a estar aquí, en esta vida que no elegí, con sentimientos y deseos que no pedí y, justo entonces, descubro que mi cuerpo se descompone y que pronto ya no estaré. Con suerte, tendré unos 25.000 o 30.000 días de vida. Estoy profundamente enamorado de mi esposa y quiero muchísimo a mis hijos, pero entonces descubro que ellos tampoco van a estar aquí mucho tiempo, que todos nos disolveremos. La verdad es que parece un plan nefasto.
Pero el sentido del yo tiene otros problemas. Esto ocurre porque nuestro «cerebro/mente antiguo» nos hace muy conscientes del entorno social y aprovecha las capacidades del «cerebro/mente nuevo» para pensar en el yo en relación a los demás. Así que resulta posible que nos veamos inferiores y fracasados en comparación con los demás y, de este modo, activemos sentimientos depresivos. Nos podemos preocupar por no encajar, o por no gustar a la gente o por dar imagen de debilidad. Nuestra mente autoconsciente también puede preocuparse por los problemas futuros y los «yos» del futuro”.
Sin duda que hay mucho más sobre este apasionante tema del yo, pero me detengo aquí para retomar esta línea de exploración de si nosotros mismos no nos generamos sufrimiento a partir de tantas expectativas y exigencias con las que nos acosamos.
Las ocho preocupaciones mundanas
Brevemente, y agrego arriesgadamente por la complejidad de tema, resalto lo que envuelve y aprisiona a nuestra sociedad. Una suerte de modelo “negocio” donde todo debe ser eficiencia y ganancias. Un modelo que estimula la comparación y la competencia, entre todos, empresas e individuos. Es aquí, en este contexto, donde ese “modo yo” se vuelve tan crítico con uno mismo. Resalta, casi obsesivamente, lo que nos gusta y no nos gusta de nosotros, la manera en que nos gustaría que nos vieran los demás, la forma en que sospechamos que nos ven, o no nos ven, los demás. Si llegamos o no a dar la talla, a estar a la altura de las circunstancias. Este modo yo tan crítico juega en nuestra contra alimentando la desvalorización.
En el budismo hay una descripción muy interesante para tener en cuenta en esto de la compasión hacia uno mismo. Nos anima a descubrir si no tenemos un rol protagónico en la construcción de nuestra infelicidad. Son Las ocho preocupaciones mundanas, cuatro pares antagónicos que describen muy bien este juego pendular del miedo y la esperanza:
- Esperanza de ganancia y el miedo a la pérdida
- La esperanza de placer y el miedo al displacer
- La esperanza de renombre y el miedo al olvido/anonimato
- La esperanza de alabanza y el miedo a la crítica/censura
¿Qué hay detrás de nuestras búsquedas?, ¿lo que buscamos siempre nos conviene, qué nos aporta en términos de bienestar? ¿cómo reaccionamos cuando no lo logramos, nos evadimos, nos culpamos?
Vivir implica el reto de gestionar nuestras vulnerabilidades y afianzar nuestras fortalezas para disminuir el sufrimiento que nace de nuestra resistencia contra las cosas que no salen como queremos. Calmar esas ansias para que las cosas ocurran exactamente como las planeamos y aceptar que pueden ocurrir “las diez mil cosas” como dice el Tao Te Ching.
Las pérdidas, el dolor, las críticas o el miedo nos causan pesar y la negación o resistencia lo hacen mayor aun. Claro que no nos gusta, nadie elige pasar por ellas, pero llegan a las vidas de todos, nos gusten o no. Esto y mucho más es, simplemente, parte de la vida.
¿Pero qué provecho podemos sacar de estas visitas no deseadas? En todo caso ver con honestidad y amor cómo nos afecta. Jetsunma Tenzin Palmo en su comentario sobre Las ocho preocupaciones mundanas dice: “Es sano ver cuanto y cómo nos afecta y nos resistimos a cualquier cosa que el ego considere desagradable. Y como nos aferramos y apegamos con mucha fuerza a cualquier cosa en busca de esa tan preciada seguridad y placer que este modo yo, ansía”
Abrirnos a la vulnerabilidad confiando en nuestras fortalezas nos ayudará a integrar y aprender de lo que nos sucede y de la manera en eso sucede. ¿Los problemas desaparecerán solo por ello? Es muy posible que no, pero pasada la interpelación a la vida del ¿por qué a m i?, escuchemos la respuesta ¿y por qué no a ti?
Queda mucho más…this will continue, (esto continuará) como dicen las series…